Me gustaría ser capaz de escribir un relato sobre:
1) La mujer que atiende en la botillería, la menor de dos hermanas que se terminaron haciendo cargo del negocio luego que sus padres envejecieran y que ahora es probable que sean las dueñas, al encontrarse fallecidos tanto la madre como el padre. La hermana mayor tiene problemas de salud, le cuesta un poco caminar, así que ya nunca se le ve atendiendo, siempre es la hermana menor o la que pareciera ser una prima de ellas, o quizá alguna familiar algo más lejana, no se parece en nada a las dos hermanas. La hermana menor tiene un atractivo extraño, tal vez sea su voz que es tersa y decidida, y es que lo ondulado y el color de su cabello me parecen algo artificiales, además su rostro no tiene rasgos distintivos. Ella siempre está escuchando música, ochentera o de cantantes del estilo de Camilo Sesto. Me da la impresión de estar soltera, de no tener pretendientes ni ella estar detrás de nadie, pero que va a saber uno. Recuerdo una vez que la encontré hablando con un hombre que llevaba lentes de sol sobre la cabeza y tenía un poco de barba, el hombre le contaba de un altercado que había tenido recientemente en la calle, del cuál había salido airoso o al menos haciendose respetar, y ella lo escuchaba con atención y reía, casi como riendo a próposito para llamar la atención de él, pero el hombre hablaba como hablandole a una amiga nada más, y cuando la historia hubo concluído, se despidió y se retiró llevando consigo lo que había comprado, un pack de cervezas Corona (ni idea que verá ella en él). En la botillería siempre está una gata vieja y gorda, una gata carey, que a mi ya me conoce y a veces me sigue cuando está mirando por la reja en las mañanas que me toca pasar por ahí, cuando tengo que ir al consultorio, o al mediodía, cuando la botillería todavía no abre. No habría un tema para el relato, sería solo describir las impresiones de dicha mujer respecto de su propia vida, de como terminó a cargo de un negocio como es una botillería, siendo que tal vez hubiera querido otra cosa, que realmente no le gusta estar sentada ahí a la espera de clientes, a pesar que se lleva bien con la mayoría y todo el mundo la conoce. Siente que ha dedicado demasiado tiempo y energía a algo que solo le entrega los medios de subsistencia y un poco más, siendo que esto mismo sería posible de ser realizado de muchas otras formas. Le preocupa que, en caso que alguien más compre el local, le cambien el nombre, que es el nombre de su padre, Botillería Don Lalo, o que la cierren. A pesar de todo, sigue viendo a la figura de su padre sentado donde ella misma está sentada ahora, atendiendo y hablando con los clientes, hombres que también ya fallecieron hace mucho, y ella lo ve siendo una niña que nunca pensó en el día en que su padre fallecería, que nunca pensó que luego sería ella quien tendría que pasar horas y horas sentada detrás del mismo mueble, con la misma gata, queriendo estar en otro lugar, donde nadie supiera quien era ella ni quien había sido su padre.
2) Un hombre que sale todos los días, de lunes a viernes, se entiende, a la misma hora en la misma estación de Metro y, casi siempre, por la misma puerta de salida. En una ocasión, en que le toca volver más tarde a su casa, se topa con alguien que está esperando para pasar por las puertas de salida y evitar pagar el pasaje, alguien que ya no está en edad de saltar torniquetes ni escapar de guardias. Y el hombre que protagoniza el relato, que no es una persona dada a quebrar o siquiera torcer ley alguna, siente el impulso de dejar su mano afirmando la puerta más del tiempo usual, y con una mirada de complicidad se logran entender él y el hombre que esperaba, y este último pasa rápido por su lado y se pierde bajando las escaleras. Pasarían varios días o semanas antes que nuestro protagonista vuelva a ver modificada su rutina usual, pero esa noche no se encontró con el hombre evasor. Sigue pensando en él, en que estado estará la vida de dicho hombre, que parece tener entre 30 y 40 años y tiene que andar metiendose a la mala al Metro. En una tercera ocasión lo vuelve a encontrar, y se miran antes que él llegue a las puertas, y el otro hombre entiende y se dispone a cruzar raudo, pero ahora, a diferencia de la primera vez, el hombre le sonríe y cree que le dice "gracias" al pasar junto a él. El protagonista es un hombre muy solo, por eso mantenía una rutina tan estable, de la casa al trabajo y luego de vuelta, siempre a la misma hora, el mismo recorrido, nunca un desvío, nunca un encuentro sorpresivo, nada, y en el hombre evasor cree haber encontrado una chispa, pequeña, sí, pero que le enciende un fueguito y un gusto por la vida que creía haber perdido, representa para él una mezcla entre una rebeldía comedida y huidiza, con una camaradería pura que rara vez ha encontrado él en sus colegas en el trabajo. Ahora busca las formas de desplazar su horario, realiza tareas adicionales que van más allá de sus responsabilidades contractuales, en otras ocasiones incluso llega a realizar pequeños errores a propósito con el fin de prolongar sus jornadas laborales. Ahora el hombre evasor no solo le da las gracias cada vez que se encuentran, ahora, luego de un par de meses viviendo ambos esta complicidad que nació de manera fortuita pero que nuestro personaje ayudó a cimentar, si no que el hombre también le da un palmoteo rápido en el brazo izquierdo al pasar, dos palmoteos suaves, testigo indiscutible de una amistad, breve, curiosa, pero amistad a fin de cuentas. Nuestro protagonista siente que forma parte de la vida de alguien, que ayuda a alguien más y que el riesgo vale la pena, y es que cualquier guardia que se tomara el tiempo de revisar las cámaras, notaría que las meras coincidencias tienen su límite y que los patrones siempre terminan delatando la presencia de alguna especie de voluntad, humana o divina, eso no se sabe, pero lo que está claro, es que ya no son meras coincidencias, que es necesario investigar. Al protagonista, que en su soledad ha olvidado lo que significa ser amigo de alguien, se siente cómodo con lo límitado de sus interacciones con el hombre evasor, con eso le basta y sobra, y la dosis alegría que recibe en cada uno de sus encuentros la va racionando en forma cuidadosa, para que le dure lo que tenga que durar, hasta el próximo encuentro. Pero un día todo esto se va al tacho de la basura, cuando ve al hombre evasor pagando su pasaje. El otrora evasor no ve a nuestro personaje, quien se queda unos momentos sin saber como reaccionar, de pie frente a las puertas de salida, sintiendo como el peso de la traición se va asentando en sus hombros, pero alguien que esperaba detrás de él lo pasa a llevar, medio a próposito medio sin querer, al pasar a su lado para usar otra puerta, y nuestro protagonista reacciona y sigue su camino. Ya no vuelve a toparse con el hombre evasor, no sabe ni le interesa saber si es que por fin pudo solucionar algún problema que pudiera tener y que lo hacía necesitar ahorrarse el pasaje del Metro, no le interesa porque se siente traicionado, así de egoísta se ha vuelto luego de pasar tantos años de soledad. Ya no tiene sentido perturbar sus labores en el trabajo, ya no hay necesidad de volver más tarde a casa, pero el retomar la antigua rutina le hace sentir que todo esto es absurdo, siente el vacío en cada una de sus acciones, se traba al hablar con sus colegas y tiende a perder el hilo de lo que está diciendo o pensando. Un día, en que ya no puede tolerar más la tibia comodidad de su vida, decide que será él quien trasgreda las normas, quien llevara un tímido fuego a escondidas de las autoridades y sus agentes. Un día vuelve más tarde a la misma estación de siempre, y se apoya en la pared frente a las puertas de salida, aparentando esperar a alguien o estar haciendo hora para ir a algún lado. Mira a la gente que sale, pero nadie le inspira confianza. Cada minuto que pasa hace menos creíble que esté esperando a alguien, y sabiendo que solo él puede tomar esta decisión, se abalanza para intentar cruzar la puerta de salida que una mujer empieza a abrir, pero él es torpe y frío, pasa a llevar a la mujer al pasar junto a ella, quien, con justa razón, cierra de un golpe la puerta, déjandolo atrapado por la confusión y lo repentino de la situación, por el tiempo suficiente como para gritar llamando a un guardia. Él no sabe que hacer, y se queda parado entre ambas puertas, sintiéndose traicionado una vez más.
3) Sobre la pelea entre un curaito que deambula con el barrio, y otro hombre que nadie sabe bien que le habrá pasado, pero que desde siempre, vive caminando sin parar dando vueltas a la manzana. No vive en la calle, pero huele a orina y desde hace un tiempo tiene un perro que lo sigue en su andar sin fin, nadie sabe tampoco de donde llegó el perro. De alguna forma se establece un malentendido entre ambos, seguro gatillado por una recaída del hombre alcohólico y alguna especie de sentimiento de envidia, ante la ayuda que recibe el caminante de parte de algunos vecinos y vecinas, quienes le dan pan y agua. El alcohólico termina empujando al caminante, quien cae de espaldas luego de trastabillar y se golpea la nuca contra el borde de la vereda. El perro le ladra sin parar y trata de morder al alcohólico, quien se echa a correr, como puede, de vuelta a donde sea que duerma. Nadie presenció su delito, ya que es de madrugada, el caminante no conocía de horarios, se le podía ver a cualquier hora del día, bajo la lluvia o bajo el sol ardiente de los últimos veranos. A la mañana siguiente, no sobrio pero menos borracho, le toma el peso a lo que hizo la noche anterior, y a pesar de no sentir culpa o no demasiada, se da cuenta que tiene que irse de ahí, buscar otro barrio donde vivir, pero la cosa está dificil, hay demasiada presión en las calles para usar los pocos espacios habitables, si podemos llamarles habitables a los recovecos de la ciudad donde es posible parar unos cartones o amarrar unas frazadas, la economía está mala, tanto en este país como en el resto del continente, y él no es alguien violento en realidad ni tiene el porte como para luchar por un espacio, anoche solo fue que se dejó llevar por la rabia y el caminante resultó ser más frágil de lo que parecía, o tal vez tuviera los cordones desatados y por eso terminó en el suelo, ni siquiera sabe si está vivo o muerto. Mientras piensa sin saber que hacer y a donde ir, llegan dos policías y le preguntan su nombre y lugar de domicilio, casi con malicia ya que resulta evidente que vive ahí mismo donde lo encontraron, y es que el alcohólico no sabía ni tenía como saber que una de las casas en la calle donde ocurrieron los hechos tenía cámaras, que si bien no registraron el hecho mismo de su delito, si permiten situarlo en los momentos en que se puede suponer que ocurrió la caída del caminante, también una vecina dijo escuchar algunos gritos que le parecieron corresponder a la voz de un hombre alcohólico que a veces pasa en las noches hablando solo y que algunos días ve parado fuera de la carnicería que está a la vuelta, aunque no sabe muy bien para que se queda parado ahí. El hombre alcohólico se deja llevar para ser interrogado, y cuando lo dejan solo en la sala de interrogación, saca una hoja de afeitar, de esas antiguas, las de doble filo y que vienen envueltas en papel encerado, que siempre llevaba metida en el zapato, pensando que le serviría para defenderse pero que nunca había necesitado usar en realidad, y se corta las venas de la mano derecha. La herida es lo suficientemente profunda y los policías se demoran el tiempo necesario para que el hombre alcohólico fallezca ahí dentro. El relato finaliza narrando como los vecinos eriguen una animita en honor al caminante, humilde pero sentida, mientras que un camión municipal retira los vestigios de la que fuera la vivienda del hombre alcohólico.